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Un buque frigorífico lleno de plátanos I

Toneladas de plátanos idénticos surcan los océanos

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Fotografía: Juan Puente

Hoy me encuentro en la penumbra de mi cocina en la capital alemana, contemplando el plátano que me estoy comiendo. De golpe me doy cuenta que éste plátano que tengo entre manos es un clon idéntico al que me comí para merendar un día del verano de 1998, bajo el sol deslumbrante de una tarde cualquiera en Barcelona. Y es que, en realidad, este plátano es la copia genética de todos los que me he comido en mi vida. 

Aunque a uno le sorprenda, el banano es una hierba. Se trata de una planta perenne que se reemplaza a sí misma. Crece de un rizoma y tarda solamente de nueve a doce meses entre el sembrado del bulbo hasta la cosecha del plátano. Además da fruto todo el año, por lo que resulta un producto con mucho éxito dentro de un sistema agrónomo capitalista, ya que “sale muy rentable”. Originario del Sur y Sudeste asiático, fue transportado hacia el oeste después del año 327 A.C., cuando las tropas de Alejandro el Grande invadieron el valle del Indo. Hacia el 200 D.C., el banano se había extendido hacia China. La fruta empezó a ser conocida en África a principios del siglo XIV. Cien años más tarde, los portugueses la llevarían a Canarias. Los colonos españoles viajaron con bananos hasta América en 1516, aunque no fue hasta mediados del siglo XIX que estos empezaron a ser producidos masivamente de manera local y, al poco tiempo, exportados desde las Américas. La gran mayoría del suelo donde ahora se plantan bananos había sido usado anteriormente en la campaña colonial esclavizadora de la caña de azúcar. Al descubrirse en 1747 la posibilidad de producir en Europa azúcar de la remolacha azucarera, el imperio colonial del azúcar lentamente dejó de ser lucrativo, lo que abrió al reemplazo de la caña de azúcar por el plátano. Hoy en día los mayores productores del mundo se encuentran en Centro y Suramérica, junto con Filipinas. 

Los plátanos que crecen de forma salvaje, a diferencia de los que se comercializan, contienen semillas, lo cual hace su consumo más “inconveniente”.

Los que no tienen, y que hoy consumimos, son el resultado de accidentes naturales, los cuales el humano ha seleccionado y reproducido por preferencia propia. Esto es posible gracias a una cualidad determinante: el banano es capaz de reproducirse de forma rizomática y, por tanto, asexual. Es decir, el banano se clona a sí mismo. La gran mayoría de los plátanos que se comercializan globalmente hoy en día son de la variedad musa cavendishii, y derivan todos de un mismo fruto que creció en Chatsworth House, en el Reino Unido, en 1830. Por la mencionada reproducción rizomática de esta variedad,  la totalidad  de lo que se consigue en el mercado internacional viene de esos clones, lo que quiere decir que comparten un ADN casi idéntico.

El invento del sistema de refrigeración introducido a partir de 1840 fue esencial para el eventual transporte marítimo de productos sensibles a la temperatura, permitiendo en 1882 el primer traslado de este tipo. Al poco tiempo, un buque cargado con plátanos consiguió cruzar desde Jamaica hasta el Reino Unido. Al año siguiente, la United Fruit Company, hoy conocida como Chiquita, estableció una ruta conectando Centroamérica con Estados Unidos por la que se trasladaban tanto plátanos como pasajeros. La compañía llegó a tener la flota privada más grande del mundo, tanto como para prestarle buques a la CIA en un intento de derrocar al gobierno de Fiel Castro en Cuba. Hoy en día las embarcaciones llevan plátanos en una dirección, y traen otros productos a la vuelta.

Hasta 1950, el comercio internacional del plátano había sido dominado por una variedad llamada gros michael, considerada de mejor sabor y más resistente al transporte que la variedad musa cavendishii, pero es ésta, como hemos dicho, la que actualmente domina el 99% de lo que se exporta y el 47% de los que se siembra en el mundo. La gros michael terminó desapareciendo globalmente debido a que era susceptible al la llamada «enfermedad de Panamá», a los estragos que el hongo fusarium oxysporum es capaz de hacer en sus raíces y el sistema vascular de la planta, imposibilitando el transporte de agua y nutrientes. Su transmisión es increíblemente fácil a través de la tierra residual que se pega a las herramientas agrarias, y es imposible de erradicar con fungicidas. Además, el hongo sobrevive en la tierra durante varias décadas, por lo que el suelo no puede usarse para nuevas plantaciones susceptibles al hongo. Hacia el 1960 la gros michael se había extinguido comercialmente por completo, ya que las variantes de plátano usadas comercialmente son todas clones las unas de las otras, y por tanto sensibles en masa a padecer las mismas enfermedades. En este contexto, el mercado del plátano casi llegó al colapso y sin embargo no parece que la lección sobre los riesgos que conlleva la extrema insostenibilidad de un monocultivo se aprendiera como debía, pues fue sustituida por la resistente musa cavendishii de manera masiva, a pesar de tener un sabor menos apreciado por el público consumidor y de ser más frágil. 

La situación actual promete seguir un destino parecido a la del pasado: la musa cavendishii es sensible a la sigatoka negra, un hongo que ataca sus hojas, empeorando su fotosíntesis y así reduciendo la cantidad y cualidad de su fruta.

Y, también, a una nueva variante de la enfermedad de Panamá, la Tropical Race 4. El uso constante de fungicidas, además, promueve el desarrollo del hongo mutado a ser resistente a ellos, mientras que la uniformidad genética del monocultivo del plátano lo hace increíblemente susceptible a su extinción. Retratado queda, pues, el absurdo extremo al que puede llegar el sistema agrario capitalista cuando su desbordada pulsión destructiva acaba suponiendo una amenaza de destrucción para sí mismo.

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