Index

Todo lo que es comer, además de comer

Todas tenemos hambre de contar, de enseñar que la comida es la herramienta más poderosa de todas para generar cambios y construir el mundo con el que soñamos. Y lo mejor es que está al alcance de cualquiera que abra la boca y se coma todo cuanto habita un bocado.

Fotografía: Claudia Polo

Hablar de comer es hablar con la boca llena, sobre lo que nos metemos entre los dientes pero también sobre todo eso intangible que gira alrededor de cuanto nos alimenta. Es tener los carrillos repletos mientras nos pensamos en lo rica que está la comida, en cómo se ha hecho, dónde se ha comprado, quién la ha preparado, de dónde salió la receta. Por supuesto, es hablar de la yaya que hacía este cocido a su manera, de la cantidad de laurel que le ponía la tuya o las manías que tenía la mía. Es zambullirnos en recuerdos cocidos al borde de una mesa y, por suerte, meter la nariz donde se acaba el plato: en los porqués de un sabor, de una tradición o de algún aspecto (entre los tantos) que se desprenden de un verbo conjugado a diario y colectivamente como “comer”, que se conecta tanto con lo que nos llevamos hasta la punta de la lengua como con lo que nos cosquillea la cabeza. 

Que la comida tenga la capacidad para sacudir tantas dimensiones solo es posible por la multiplicidad de realidades y personas que se implican en un acto cotidiano y universal como este, poniéndose de acuerdo. 

Detrás de un mordisquito de queso hay un montón de cosas: la mayoría, curiosamente, no salta a la vista. Hay ovejas. A veces vacas. Campos verdes y prado húmedo. Hay cuerpos, manos, huesos… Está la fuerza de Marisa, Adri y Luis, de Jontxu y Astrid… Una gruta que ha guardado durante muchos años hileras de ruedas amarillas. Moldes de madera. Un hacer antiguo que sabe de suero y calor. Manos de cuero. Olores ácidos, rancios, dulces. El queso, primero leche, leche cortada. Luego prueba y error. Y de repente el descubrimiento, esa pasta ácida y densa que de repente probó conservarse así más tiempo que su antecedente líquido, casi como por arte de magia, aunque antes ésta resultara de la necesidad y ahora del gusto.

Cada trozo de queso, por su parte, habla de formas propias de hacer, entender e interpretar, casi como si cada uno fuera en sí mismo un idioma. Un paisaje. Una idiosincrasia. Por eso, cuando muerdes, te topas con un ser y estar diferente. Te llevas dentro ese queso y no otro.

Por desgracia también hay granjas grandes con poca luz y muchas paredes. Grandes procesadoras donde algo tan vivo y fascinante como la leche que se extrae de animales se vuelve mero insumo, materia prima que se transforma infinitamente hasta perder incluso su huella de origen. Naves con personas que madrugan mucho y no les gusta estar donde están. Hay animales y dolor. Animales que no llevan una vida digna y no forman parte de ningún ecosistema más allá del sistema que ha decidido que podemos consumir “queso” a cuatro euros el kilo. Kilómetros que van y que vienen. Muchos kilos de envoltorios de colores. Muchos kilos de basura. 

Estas dos caras de la misma moneda son la constante en todos los sectores y gremios de la alimentación. Mientras el primer paisaje se va despoblando, olvidándose poco a poco, el otro crece sin control y con consecuencias muy preocupantes.

Todas las personas que hay por la calle tienen hambre. ¿Pero de qué? Algunas, de eso que con suerte calma las tripas.  Otras, de eso que nos hace bien y que tenemos la suerte de darnos cuando queremos y no solo cuando lo necesitamos. Todas celebramos un día importante con una comida rica y especial, y dependiendo de dónde venga cada cual será una cosa u otra, habrá en la mesa bandejas de carne o pescado, aperitivos y dulces con simbologías distintas. Los platos, las maneras y las costumbres alrededor de la mesa cambian según dónde se está, lo que acaba brindando, como pocas cosas en la vida, un reflejo potente y privilegiado de identidad. De la sociedad que habitamos y el tiempo que compartimos. 

Bastaría un grano de maíz para contar la historia entera que nos trae hasta aquí, incluyendo guerras, conquistas, revoluciones abanderadas desde el hambre o transformaciones en nombre del placer o la alegría que suponen comer. 

Guerras, conquistas y revoluciones han surgido por la comida, o la falta de ella. La historia entera podría contarse desde un grano de maíz o de trigo. Estos han definido el paisaje que vemos, han recorrido todos los continentes y todas y cada una de las personas que habitan la tierra, han sobrevivido gracias a ellos. 

Nuestro cuerpo necesita nutrientes. Pero comer es también una cucharada que te mantiene viva, te enciende los ojos y te colorea las orejas. Es una música vibrante, lúcida y loca a la vez. Un guisante puede hacerte reír a carcajadas, contarte un cuento, indicarte el paso de alguna temporada, trasladarte a un territorio geográfico concreto, imaginar posibilidades culinarias frente a una sartén o, incluso, recordarte el miedo que sentías cada vez que de niña tu madre te decía que masticaras con calma y despacio «no fuera a ser que acabaras muerta y atragantada».

Así que, en definitiva, todo lo que es comer, además de comer, es lo que va a tratarse aquí. Suelo y tierra, semillas las autóctonas, las manipuladas, las olvidadas, campo y riego. Agua. Historia antigua, Instagram, recetarios. Lo silvestre y lo domesticado. Migración, inmigración y adaptación. Mujeres. Muchas de ellas. Bares, restaurantes, panaderías, cadenas de comida rápida y todas las personas que trabajan en ellos. 

Comer se hace en quince minutos, se cocina en hora y media y se construye en tres mil años. 

Tenemos, pues, mucho que compartir: para comenzar, porque no hay quien lea estas líneas y no coma en su día a día. Hay algo que nos traspasa a las personas que vamos a escribir aquí. Todas tenemos hambre de contar, de enseñar que la comida es la herramienta más poderosa de todas para generar cambios y construir el mundo con el que soñamos. Y lo mejor es que está al alcance de cualquiera que abra la boca y se coma todo cuanto habita un bocado.

Artículos relacionados

Hablemos de vino

Porque no hay que ser una autoridad ni en blancos ni en tintos para disfrutar de una buena copa. Al brindis le da lo mismo saber o no saber; disfrutar es, a fin de cuentas, lo importante

Leer más

Cuando el tiempo se come

Pocos lugares como los aeropuertos para gastar el tiempo en nada, entre pantallas y escaparates, ventanas y pizzerías, suerte quien consiga tragarse algunos minutos para huir a cualquier parte

Leer más